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viernes, 24 de diciembre de 2010

¿Por qué me gustan tanto las novelas coreanas?

Mi adorable Sam Soon
Lo admito, me gustan las novelas coreanas. Díganme cursi, romántica, infantil, lo que quieran. Lo que digan no va a cambiar este hecho. Hasta mis hermanos se preguntan cómo puedo pasar de los clásicos de la literatura y de las buenas películas, a estas historias trilladas e inocentes que oscilan entre 16 a 20 capítulos. Pues bien, creo que es mi derecho. Si un distinguido novelista puede disfrutar de su dosis de películas de bajo presupuesto, donde las balas, las persecuciones y los muertos por doquier se suceden de manera vertiginosa, yo puedo ver estas simpáticas historias de amor.

Chae Rim Park y Jang Dong Gun en Todo sobre Eva
Esta supuesta infección, de la cual no me quiero curar, empezó con Todo sobre Eva (irónicamente, gracias a uno de mis hermanos) y ha proseguido con algo más de diez títulos: Un deseo en las estrellas, Canción de otoño, Sonata de invierno, El príncipe del café, La reina de las esposas, El fénix, Mi adorable Sam Soon, Escalera al cielo, Full house, Pasta in love, entre otras.
Claro que, no todas me han gustado por igual, pero en general las prefiero antes que cualquier novela mexicana, colombiana, argentina, venezolana, brasileña o peruana. Y las razones son éstas:

1º Su corta duración. Como lo señalé anteriormente, las novelas coreanas no duran más de 20 capítulos, a diferencia de las demás, que son de por sí extensas y cuya trama, al principio interesante, se comienza a llenar de situaciones inverosímiles, que se alejan del perfil original de los personajes y que nos obliga a estar enganchados por más tiempo del que disponemos. Por ejemplo, habiéndome gustado mucho la versión de Corazón salvaje con Eduardo Palomo y Edith González, considero que, luego de la consolidación de la relación de Juan y Mónica, muchos capítulos fueron innecesarios para el resto de la historia.

2º El respeto al presentar las relaciones amorosas. En estas novelas escasamente se ven escenas de besos y casi nunca existen situaciones explícitamente sexuales, lo que refleja lo conservadora que es la cultura coreana. Por lo mismo, al eliminar en gran parte de sus historias la tensión sexual, se esfuerzan por desarrollar y mostrar los sentimientos de los personajes, dejando que el público complete lo que sucede o sucederá en la alcoba. Por si acaso, no es que me desagraden las escenas de sexo, sin embargo, es refrescante ver algo distinto al facilismo con el cual se cuentan las historias en la actualidad, donde abundan las escenas de cama y los enredos sexuales (como si fuera el Royal rumble de la WWE). La forma coreana de presentar el romance, donde el gesto, la mirada, la palabra y el silencio son indispensables para entender las motivaciones de los personajes, es muy similar a las heroínas y los galanes de las novelas de Jane Austen.

Jang Dong Gung
3º La lealtad en el amor. No es que en estas novelas no exista infidelidad, en muchos casos la hay, pero aquellos personajes que la cometen, no terminan bien o tienen que asumir las consecuencias de sus actos. El haber hecho sufrir al prójimo se convierte en un estigma. Por el contrario, el que ama con sinceridad y respeto, al final será recompensado. Esta característica me trae a la memoria las palabras de la madre de una amiga: 'no se puede construir la felicidad sobre la desdicha de los demás'. En Todo sobre Eva, por ejemplo, el galán Hyung Chul ama a Sun-Mi y la espera, por lo que no sucumbe ante los encantos de Young-Mi, es decir, no necesita estar con otras mujeres mientras su amada lo acepta.

4º No existe solo bueno y lo malo. Algo muy típico en las demás novelas es la polarización de los buenos y los malos. En las novelas coreanas el 'malo' o 'el bueno' no lo es por completo, siempre tienen rasgos intermedios que responden a sus vivencias previas.

Hyun Bin Kim Sun Ah en Mi adorable Sam Soon
5º Las mujeres no solo buscan el amor de pareja. Las heroínas coreanas aman pero también tienen aspiraciones personales y familiares que desean alcanzar y no están esperando que la presencia de sus amados las definan como personas. En Mi adorable Sam Soon, Sam Soon soporta la incapacidad de Jin Hun al expresar sus sentimientos y se sobrepone al abandono, intentando ser feliz y realizándose como repostera.

6º La presencia de la música. Las melodías que acompañan las novelas coreanas, ya sea incidentales o las canciones, son realmente conmovedoras. Trabajan con mucho cuidado las bandas sonoras, casi como si se tratara de una película. Además, la mayoría de las personajes cantan o tocan instrumentos en algún momento de la trama, lo que me lleva a la conclusión que valoran mucho la música.

Clazziquai Project (Alex Chu, DJ Clazzi y Horan)
7º El cuidado en la escenografía y las grabaciones en exteriores. Me he quedado muy impresionada con los paisajes y las construcciones de este país, los cuales se reflejan en cada una de las novelas.

8º El respeto por las costumbres y las tradiciones. Puede ser que no estemos de acuerdo con ellas por ser demasiado anticuadas y conservadoras, pero igual resultan curiosas e interesantes por su contraste con la modernidad reflejada a nivel tecnológico y arquitectónico.

Kwon Sang Woo
9º La belleza de los actores y las actrices . Considero que la belleza es diversa y no puede responder a patrones determinados, pero estamos tan acostumbrados a los cánones occidentales que, al principio, los actores y actrices me parecían demasiado comunes y no tan atractivos, sin embargo, ahora puedo apreciarlos e incluso admirar sus rasgos faciales y su constitución física. Algunos han recurrido a la cirugía plástica para occidentalizarse, lo que realmente me parece innecesario. Por lo general, son delgados debido al tipo de alimentación que consumen y son fanáticos de los ejercicios al aire libre y en gimnasios. Quizás para los varones las actrices les parecerán poco exhuberantes, pero tienen un encanto especial.
Song Hye Kyo
En el caso de los actores, realmente sorprende lo frágiles que se les ve vestidos, pero cuando por alguna razón tienen que desvestirse, llama la atención lo bien que trabajan su cuerpo sin llegar a excesos. Además, tienen sentido de la moda y a la vez son muy arriesgados y vanguardistas respecto al uso del color y los estilos.


Es muy cierto también que hay aspectos que me desagradan, como el excesivo dramatismo, las escenas en los baños, el machismo, el excesivo control de los padres respecto al destino de los hijos, sin embargo, en conjunto son mucho más los puntos a favor de estas dulces, ingenuas y coloridas novelas del lejano país de Corea del Sur.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Algunos dibujos

Estoy tratando de colocar algunos dibujos para acompañar las entradas. Dibujar es un ejercicio de catarsis muy recomendable y me agrada hacerlo. Claro que en mi caso necesito tener un modelo, ya que me es difícil plasmar lo que imagino. También intento recuperar algunos que hice durante la etapa escolar. Sería gracioso ver que no he evolucionado nada. Los dibujos que sean propios los distinguirán por un símbolo que les estoy colocando y que ahora ilustran el presente comentario.

domingo, 31 de octubre de 2010

El discípulo

El año pasado tuve la idea de participar en un concurso de historieta, no porque tenga muchas habilidades para crear imágenes sino porque me gusta contar historias. Es verdad que no lo hago de manera regular y frecuente, pero cada vez que disfruto de algún tiempo libre, trato de ponerme frente a la hoja y el papel o frente a la computadora, a tratar de armar algo someramente decente. Así es como nace esta reseña. Tomando de pretexto mi labor de profesora y las tantas tertulias con amigos, amigas y colegas, escribí esta ficción con el propósito de alcanzársela a alguien que tuviera la facilidad de dibujarla. Lamentablemente, las ocupaciones de ambos y quizás también las dificultades propias de la cocreación, han hecho que el proyecto aún no se realice. Sin embargo, prometí que, con o sin historieta, esta idea sería el tema de una novela y es algo que pienso cumplir. Les comparto la reseña y en próximas entradas publicaré los primeros capítulos.

EL DISCÍPULO
Cortesía de Omar Romero Manco

Diego Aranda, estudiante de 5º año, se dirige a su colegio luego de trabajar hasta altas horas de la noche en una cabina de Internet. Está cansado y preocupado porque no ha terminado con todas las tareas que debe presentar, pero confía en que podrá darse tiempo para hacerlas. Cuando llega nota un gran alboroto, todos los alumnos comentan algo, pero ignora qué es lo que ocurre. Al entrar a su aula, unos chicos se acercan y le preguntan si sabe lo que ha ocurrido con Santiago,  profesor de Arte; Diego niega con la cabeza, se sorprende y entristece ya que le informan que Santiago ha sido encontrado muerto en su departamento en extrañas circunstancias. Un auxiliar pasa y les pide que se ordenen para continuar con las clases. Ninguna autoridad del colegio se manifiesta al respecto. Es más, ni siquiera se organiza la presencia de una delegación en el velorio; parece que todo se debe a que la policía sospecha que Santiago estaba comprometido en una red de tráfico de menores y que su muerte respondía a un ajuste de cuentas, es más incluso se hablaba que Santiago era homosexual y que gustaba de armar orgías en su departamento. Diego no se explicaba que su amigo fuera investigado por un delito de esa naturaleza o que se le acusara de ser un pervertido que gustaba de los muchachitos. Nunca había observado nada inusual en él, claro que si le sorprendía que no estuviera casado o que tuviera una pareja, pero eso distaba de ser un crimen.
A la salida, Diego trata de convencer a sus amigos para asistir al velorio de Santiago, pero nadie quiere involucrarse, es como si se hubieran olvidado todo lo que el profesor había hecho por ellos. Cuando Santiago llegó al colegio les dio posibilidades a todos en desarrollarse a través del arte; al comienzo ninguno le prestaba demasiada importancia pero poco a poco, todos se comprometieron y empezaron a realizar murales dentro del colegio y a sus alrededores, a preparar veladas musicales y exposición de pinturas. Sin embargo, en los últimos meses habían observado un cambio en Santiago, ya no se comprometía en realizar proyectos con ellos o salir en grupo, parecía igual a los demás profesores que terminan su clase y se van.
A pesar de estos cambios y de la negativa de sus amigos, Diego decide ir al velorio del que consideraba hasta su repentina muerte, como un buen amigo. Conocía el departamento, porque muchas veces había acompañado al profesor llevando materiales que luego se utilizarían en los proyectos. Cuando llegó, encontró que nadie podía acercarse ni entrar, le informaron que se velaría en casa de una amistad. Se acordó que Santiago no tenía familiares en Lima, le había contado que era hijo único y sus padres ya habían fallecido. El problema era averiguar la dirección de esta persona. Miró su reloj y se dio cuenta que era tarde, que su madre estaría preocupado, más si se había enterado de la trágica noticia. La llamó y le dijo que pronto llegaría. Ella por su parte le comentó que lo habían llamado del Taller Azul para un encargo y que le habían dejado un número de teléfono. Diego se quedó perplejo por un instante y luego le dijo que se había olvidado de  recoger algo de dicho taller. Lo que la madre ignoraba es que el Taller Azul era el nombre que le habían puesto al grupo formado por Santiago en el colegio, pero que éste se desintegró cuando la promoción anterior a la suya culminó sus estudios y Santiago cambió de actitud. ¿Quién podía haberlo llamado? Llamó por teléfono y una mujer que no se identificó, le dijo: ‘Tengo un encargo para ti de Santiago, acércate a esta dirección’. Llegó al lugar. Había muchos chicos y chicas, de todas las condiciones sociales y de diversas edades, alrededor de una mesa donde se encontraban cosas de Santiago. ‘Esta debe ser la casa del amigo de Santiago’. De pronto, alguien tomó la palabra, era una joven como de 25 años, atractiva y vestida de manera sencilla, quien les agradeció a todos por estar presentes y a la vez por no haber informado a los diarios que ellos estaban reunidos recordando a un buen amigo. La reunión continuó de manera informal, acompañada de un fondo musical, todos conversaban y recorrían el lugar observando cuadros, cuadernos de relatos e historietas, todos hechos por Santiago en colaboración con otras personas. Estaba observando la primera revista que publicaron los del Taller Azul, cuando Diego cursaba el 3º año de secundaria, le trajo nostalgia. Mientras hojeaba la revista, le tocaron el hombro y al voltear vio a la misma joven que dio el breve discurso, ‘Bienvenido Diego, me llamo Amalia, una de las amigas de Santiago, como te dije por teléfono tengo un encargo para ti. Sígueme’. Me llevó a un pequeño cuarto sacó una caja azul y me la entregó: ‘Él hubiera querido que tú la tuvieras, siempre hablaba de ti, decía que podrías seguir su labor cuando él ya no estuviera. Nunca supe por qué lo decía, creo que sospechaba que algo como esto le sucedería’. ‘¿Sabes lo que le ocurrió?’. ‘No exactamente, pero siempre es peligroso trabajar en las calles’. ‘¿En las calles?, no entiendo’. ‘Será mejor que revises lo que te he dado. Discúlpame, debo regresar a la reunión. Ya tienes mi número’.
Salió  del cuarto y trató de averiguar quién era Amalia; lo poco que supo es que Amalia era asistenta social y ayudaba a Santiago en lo que podía. ‘Para qué casarse o tener novia, si tienes a alguien como Amalia’, pensó.
Diego llegó a su casa y su madre le hizo muchas preguntas, que si sospechaba de la doble vida de su profesor o si alguna vez Santiago se había propasado con él. Le molestaron mucho las preguntas de su madre pero las comprendía, así que sólo le dijo que no creyera en todo lo que escuchaba. En su cuarto abrió la caja y encontró tres cuadernos escritos por Santiago: era su diario. Estuvo leyéndolos hasta la madrugada. Le parecía increíble descubrir recién la doble vida de su profesor: por la mañana dictaba clases en el colegio y en las noches se dedicaba a sacar a los chicos y chicas de los vicios de las drogas, de la delincuencia y de la prostitución. En los diarios, Santiago confesaba su frustración por no poder hacer nada por los jóvenes de manera permanente; los proyectos en el colegio eran sólo un pasatiempo no una solución a los problemas de la juventud. Además, los chicos que más necesitan ayuda no se encuentran estudiando sino en las calles. Pero estos chicos no podían confiar en Santiago si él se acercaba con su facha de profesor. Así que decidió cambiar su apariencia. Al principio fue difícil lidiar con los muchachos callejeros, pero luego a través de sus dibujos pudo mostrarles otras alternativas, cambió su manera de hablar, aprendiendo sus jergas. Su trabajo ya se había extendido a varios distritos, especialmente los más violentos, donde tenía el apoyo de los líderes de las pandillas. Amalia siempre le apoyaba, ubicando a los muchachos en albergues, trabajos comunales y centros de rehabilitación cuando era necesario. Siempre recibía amenazas de los cabecillas adultos a quienes no les gustaba que les quiten gente, pero pudo lidiar con ellos. Su último trabajo tenía que ver con unos niños que recibían regalos carísimos por trabajos clandestinos. Santiago contaba que las amenazas se hacían más constantes y que lo estaban siguiendo. Incluso el director del colegio había recibido un anónimo sobre la conducta de su profesor estrella. Entre otras cosas, descubrió que estaba pensando en retirarse del colegio, dejar todo, incluso su labor en las calles, hablar con Amalia y decirle por fin lo que sentía por ella.
Diego se da cuenta que Santiago resultaba peligroso para los intereses de una mafia poderosa, que era necesario limpiar su nombre y quizás tratar de seguir el trabajo que hacía. Desde ese momento se convierte en el discípulo y Amalia en su aliada más cercana.
2009


Manuel

Muchas veces he iniciado ideas de novelas que han quedado inconclusas. Como parte de una de ellas, cuyo título tentativo sería Condición de mujer, consigno el siguiente relato.

Manuel

Difícilmente se impresionaba con alguien con tanta facilidad. Fue durante la época de verano y carnavales, en la cual, mientras otros descansaban y se divertían, ella solía estudiar. Se había inscrito en un taller que duraría dos semanas; allí lo conoció, él era uno de los organizadores. A primera vista, nada en él resaltaba, era uno más, pero conforme lo fue tratando, se le hizo inevitable buscarlo, esperarlo, propiciar encuentros. Cada vez, llegaba a casa más tarde. Las conversaciones entre ambos se hacían interminables, asuntos triviales o profundos, cualquier tema era un buen pretexto para seguir caminando casi sin rumbo. Ella se sentía especial, única a su lado. Él mostraba igual interés, o lo simulaba. Intercambios de teléfonos, promesas de frecuentarse. Ella siempre cumplió, lo llamó, lo visitó, le hizo regalos; él escuchaba y recibía las atenciones, pero nunca propició nada. A pesar de ello, se mostraba tan amable, tan gentil y cariñoso con ella, que terminaba siendo suficiente para continuar. Ella imaginaba la vida a su lado, llena de proyectos, admiraba la pasión con la que él se dedicaba  a su carrera. Yo no sé si todos los varones saben esto, pero si una mujer no te admira, difícilmente te ama y ella lo admiraba, pero a la vez sentía vergüenza, porque sus amistades lo definían como un oportunista, por eso ella callaba siempre lo que sentía.
Sin embargo, la veneración que ella le tenía fue cediendo paso al desconcierto y a la duda, ya que a pesar de los meses transcurridos él no se comprometía a nada, pero seguía alimentando sus esperanzas. El desconcierto y la duda fueron reemplazados por la resignación, por la aceptación que entre ellos nunca existiría un camino común. Total, ella no era un espíritu débil, cogió cada pedazo de su corazón destrozado, unió las piezas y prosiguió. Lo que no esperaba es que, por cuestiones laborales sus encuentros se darían durante varios años. En esos años, él, que siempre le dijo que no tenía tiempo para el amor, se había enamorado, comprometido, casado y hasta tenía hijos. Ella no fue capaz de encontrar a nadie especial, tampoco lo buscó. Poco a poco fue cerrando ese ciclo, aunque siempre lo utilizó como un referente de lo que quería para sí. Sería por eso que ninguna persona con la que se involucró resultó lo suficientemente importante.
Se acostumbró a la soledad y a los encuentros furtivos, intrascendentes y si alguno de esos encuentros pretendía ser algo más, ella solo se distanciaba…

La despedida

En el 2007 nos vimos obligados a participar de una capacitación en la Universidad Villarreal. El resultado para la mayoría de nosotros fue desalentador, pero debo rescatar tres aspectos: nuestro maravilloso profesor de Matemática (Isidoro Ruiz), nuestro desordenado y alocado profesor de especialidad (Francisco Reyes) y los interesantes y buenos compañeros y amigos que hicimos. Fue Francisco Reyes quien nos obligó a ver películas (extraordinario castigo), escuchar a André Rieu y escribir un relato. La despedida es el relato que presenté y se los dejo a su consideración.

La despedida

Caminaba aceleradamente Inés por las calles de Jesús María, como si nada más le importara; de pronto una figura delgada, casi sin color, se apareció. Era Antonio, su antiguo compañero de clases; tenía 34 años, pero parecía de cuarenta y tantos; la vida había maltratado mucho al muchacho pulcro, dedicado, pero a la vez, bromista y conversador que había conocido en la secundaria.
Antonio había desarrollado toda su vida escolar en un colegio parroquial de reconocida trayectoria, ubicado en los límites entre La Victoria y San Borja. Al entrar a este recinto, lo primero que impresionaba era el extenso pasadizo al aire libre que conducía a todos lados. El patio principal, que estaba hacia la izquierda, era una losa deportiva rodeada por gradas que servían para ubicar a los invitados en las actuaciones. Durante los días de clase, este espacio era empleado de múltiples maneras: formaciones de los días lunes, clases de educación física, campeonatos deportivos, talleres de danza, bailes sociales, en fin. Hacia la derecha del mismo pasadizo, existía un amplio césped, donde se practicaba fútbol, rodeado por viejos y enormes árboles, en cuyos troncos los escolares grababan sus nombres y los mensajes más diversos; dichos árboles, solían ser el escondite perfecto para besarse, tomar licor o pelearse durante los recreos, que eran dos, uno breve de 15 minutos y otro amplio de media hora. La jornada escolar era hasta las 2.30 p.m. Los baños de varones y mujeres, estaban contiguos y el área de ingreso a ellos era muy concurrida, ya que permitía conocer a todos rápidamente. El pabellón de secundaria estaba conformado por dos pisos en forma de U, en cuyo centro había un árbol, rodeado por un pequeño jardín. Las escaleras eran amplias y se bifurcaban para llegar a las aulas de los grados superiores: 3°, 4° y 5°, mientras que en el primer piso, se encontraban los alumnos de 1° y 2°. En este mismo pabellón se ubicaban la sala de profesores y la subdirección académica, como una manera de controlar a los alumnos y colaborar con los dos auxiliares asignados.
Es en este contexto que se produjo la llegada de Inés al 1° grado de secundaria, con apenas 11 años y proveniente de un colegio íntegramente femenino. Un primo suyo había terminado su secundaria en este lugar y sus padres habían considerado conveniente que tuviera nuevos aires. Inés, siempre había obtenido buenos puntajes, pero quería que esto no afectara la posibilidad de tener amigos y divertirse con ellos, como cualquier adolescente. El proceso de adaptación no fue difícil. Los primeros días presentó un perfil bajo, hizo amigas y, por supuesto también amigos, algo que le era totalmente ajeno a su universo plagado de muñecas y de niñas. Era lógico que se ilusionara. Pero ocurría un hecho curioso, cada semana le gustaba un chico nuevo.
Al año siguiente, fusionaron las aulas, e Inés conoció a otro grupo de compañeros. Entre ellos, se encontraba Antonio, el cual le parecía tan agradable y hábil. No tardaron en hacerse amigos, prefiriendo quedarse en el salón a conversar de lo que fuera, antes que salir a jugar y molestar en el recreo, lo que también hacían de vez en cuando. Cuando el resto de los compañeros se percataron de la amistad, comenzaron a incomodarlos, provocando que automáticamente se alejaran. Así estuvieron por un tiempo, pero luego, como si lo hubieran conversado previamente, decidieron ignorar a los demás, hasta que se cansaron y los dejaron en paz.
Los años transcurrieron y Antonio e Inés consolidaron su amistad hasta hacerse inseparables, pero al mismo tiempo, se daban espacios para sí mismos y sus respectivos grupos. A pesar de compartir todas sus inquietudes, existía un tema que nunca tocaron: el amor. Inés durante todo el lapso de la relación con Antonio, se había seguido enamorando de otros muchachos, pero no se sentía cómoda contándole a su amigo. Antonio por su parte, se había fijado en una compañera guapa, pero algo alocada, que se había convertido en su proyecto personal: quería que cambiara y se dejara de tanta banalidad. La amistad entre Cathy – que así se llamaba la muchacha – y Antonio no incomodaba a Inés, al contrario, pensaba que su amigo se estaba enamorando y que le caería bien esta nueva experiencia.
Cuando ya los muchachos estaban estudiando el último año de secundaria, la profesora de Lenguaje le habló a Inés acerca de los cambios percibidos en Antonio, que de ser un alumno responsable y obediente, se había convertido en descuidado y rebelde. Inés decidió entonces, conversar con él, pero con cautela. Le dijo que ambos deberían hacer un periódico mural, como una forma de recuperar notas. Antonio aceptó sin mucho entusiasmo. La situación hizo posible que ambos conversaron por largo rato, contándose algunos problemas familiares que estaban atravesando.
Al concluir con el trabajo, Antonio acompañó a Inés a su casa y en el trayecto se le ocurrió preguntarle si alguna vez se había enamorado. Sorprendida por la pregunta, Inés le dijo que sí, pero que no se sentía cómoda tratando esos temas con él, tratando de cambiar la conversación en todo momento. A insistencia de Antonio, Inés terminó por confesar que estaba interesada en Román, un conocido de ambos, con el que incluso había estado saliendo cerca de un mes.
El rostro de Antonio cambió por completo, sentía que se encendía por dentro. Se preguntaba cómo era posible que ella, su mejor amiga, no le hubiera confesado antes sobre esta relación. Quería reprocharle, decirle que ella había faltado a la confianza de tantos años, incluso quería indagar qué tan lejos habían llegado, si se habían besado. Besado, abrazado. Estos pensamientos circulaban por su cabeza. Era inaudito para él que otro hubiera estado tan o más cerca de ella. No obstante, Antonio se contuvo, fingió indiferencia respecto al secreto compartido.
En los días sucesivos, Inés se percató del cambio de Antonio, el cual se mostraba esquivo y molesto. La preocupación de Inés aumentó, cuando un día éste se retiró de una amena charla sólo porque ella se había acercado al grupo.
Mientras Inés se torturaba pensando qué había hecho para merecer tantos desplantes, Antonio, seguía buscando nuevas formas para hacerla sentir mal.
A todo esto, Cathy y Román pasaron a ser simples espectadores en la vida de los amigos. Cathy había tratado de ser diferente, tal y como Antonio le aconsejaba, mientras que Román aceptaba con paciencia y sorpresa, los miles de pretextos que Inés le daba para evitar salir juntos.
Cuando el distanciamiento entre Inés y Antonio se hizo más evidente, los demás compañeros del aula trataron de ser mediadores, con resultados infructuosos. Entonces, Inés se animó a confrontarlo.
-          Deseo hablar contigo – dijo Inés con cierto temor.
-          ¿Qué quieres? – contestó Antonio de manera brusca.
-          Quiero… quiero – titubeó un instante – quiero saber por qué me ignoras y me evitas, por qué has dejado de ser mi amigo.
-          ¿Dejar de ser tu amigo?, ¿de qué hablas? Yo siempre te he tratado igual – respondió sin mirarla.
-          Sí, pero últimamente has cambiado. ¿Algo te disgusta?
-          Nada.
-          ¿De verás?
-          Nada, nada, Inés. No te imagines cosas.
-          No te creo – expresó Inés con firmeza.
-          Mira, entiende que soy todavía un inmaduro, que cambio de humor con facilidad, que tengo problemas en casa, por eso a veces me comporto como un majadero, pero no es nada contra ti, créeme.
-          ¿De verás? – Inés casi sonreía – Pensé que estabas disgustado conmigo, que algo te molestaba de mi persona.
-          Ustedes las mujeres, todo lo dramatizan. Discúlpame si te he hecho sentir incómoda o te he herido sin querer.
-          Olvidemos todo.
Entonces, Inés acercó sus labios a la mejilla de Antonio y le dio un tierno y breve beso. Antonio, se sentía pésimo por haber mentido a Inés sobre su enojo, pero era peor admitir que se sentía celoso de la relación de ella y Román. En cambio Inés, se sentía feliz. Empezó a salir con Román nuevamente, ahora que había recobrado al amigo entrañable.
Llegó la clausura del año escolar y los muchachos que egresaban, sentían emociones contradictorias de dicha y tristeza. Al término de la ceremonia, una compañera de clases, invitó a todos a su casa, para que fueran en la tarde a una reunión informal como despedida. Inés se entusiasmó mucho con la idea. Se dirigió a su casa acompañada por Antonio, quien se había ofrecido a llevarle los cuadernos. Antonio, escuchaba con paciencia los planes que hacía en voz alta su amiga durante todo el trayecto y cogía los cuadernos de forma extraña. Se despidieron brevemente.
Por la tarde, Inés llegó en compañía de Román a la fiesta, observó el ambiente y se percató de la ausencia de Antonio, pero casi al instante se olvidó de él.
Con el transcurso de los años, Inés y Antonio, se dedicaron a forjarse un futuro: ella como editora de libros y él como auxiliar de contabilidad.
Para Inés todo marchaba de maravillas, al punto que había adquirido un departamento y se iba a mudar de la casa familiar. Unos días previos a la mudanza, Inés se dedicó a deshacerse de lo inútil, encontrando una caja de cartón donde había guardado cuadernos y libros de secundaria. En uno de los cuadernos, descubrió una hoja doblada, la abrió, la leyó y se puso a recordar mientras unas lágrimas comenzaban a formarse en sus ojos. Era un mensaje de Antonio dónde le confesaba cierto amor secreto de adolescente. Inés botó todo, menos la carta.
Precisamente, el contenido de esa carta invadía los pensamientos de ella cuando se encontraron después de tantos años. Entonces, ambos se confundieron en un fuerte abrazo. Preguntaron por sus vidas. Inés le dijo que profesionalmente había progresado, pero que aún no se había casado. Antonio le comentó que sus padres habían fallecido, que tuvo que dejar los estudios en la universidad y que le era difícil encontrar trabajo. También le confesó que tenía una hija de apenas un mes de nacida con su actual pareja. Inés quiso hablarle de la carta, pero se dio cuenta que no era oportuno, que el tiempo para ellos y su relación había pasado, y aunque prometieron mantenerse en contacto, ambos sabían que esta vez la despedida era para siempre.

Lima, 21 de octubre de 2007

De ángeles y princesas

Dedicatoria: A Ledita, querida amiga de penas y alegrías, a David, amigo de circunstancias y distancias y a Alfonso, porque sigas siendo tan simple.

De ángeles y princesas

Todo ocurre cuando menos te lo esperas. Es mi día libre, miércoles. De pronto recibo una llamada. Están en casa mi madre y uno de mis hermanos. Contesto y siento por el acento, que no es peruano. Definitivamente no lo conozco. Tengo todas las intenciones de colgarle, pero algo me lo impide, una corazonada, un pálpito. Se disculpa muchas veces por llamar, me dice que busca a su madre, a quien no conoce. Me cuenta que se animó a buscar el código telefónico del distrito donde ella debe estar, que se ha guiado por los apellidos. En estas situaciones suelo ser muy racional y de hecho en ésta lo soy, pero me siento suspendida, escuchando esa voz tan cortés y amable. Le contesto con sequedad, la sangre se agolpa en mi cabeza, me sonrojo. Mientras tanto, mi madre se preocupa, me pregunta quién es, qué pasa; mi hermano insiste en que cuelgue y yo les hago señales con la mano para callarlos. Le digo al desconocido que no conozco a su madre, que no le prometo nada, que me dé los datos de ella, de los que la conocen; finalmente le pregunto si tiene un correo electrónico donde comunicarme con él e informarle si me entero de algo. No le doy mi nombre, él sí, se llama D. Me he puesto muy nerviosa, pero él no lo nota. El cuerpo me delata pero la voz no. Se despide y me reitera las disculpas por interrumpir así. Mantengo el tono serio pero sin malcriadez. Ahora el dilema es creerle o no. Tengo esa dirección, esos nombres,… su nombre.
Transcurren semanas. Visito la página web de la emisora radial que casi siempre escucho por las mañanas. Hay un programa exclusivo para estos menesteres. Les escribo, doy mis datos, abrevio el caso, doy sus datos. Le escribo a D, contándole que existe esta posibilidad, que no le costará nada, que debe contactarse con ellos para proporcionar información específica. Coloco su dirección y me asalta una duda: quizás escribí mal todo, quizás no existe, quizás sí, pero no le pertenece, en fin. Doy un clic a enviar y espero que me digan que algo está mal. Todo bien, aparentemente.
Me quedo un rato más conectada, por si aparece un ‘Delivery Status Notification’. Nada. Ahora sólo me queda esperar.
Pasan meses, me canso de revisar mis mensajes. Amigos, familiares, conocidos, pero nadie más. Pienso de todo. Me olvido y sigo con la rutina del trabajo y de la casa. Hasta que ocurre lo esperado en el momento inesperado. D me ha enviado su respuesta. No aparece su verdadero apellido, sino el de un famoso pintor, pero la dirección es la correcta. Apenas leo las primeras líneas, sé que es él, que escribí bien la dirección. Me agradece, me dice que el mismo día que me llamó, se comunicó con otros, que muchos le prometieron ayuda, pero nada; que yo he sido la única en tomarlo en cuenta; que no estaba bromeando; que va a escribir a la emisora radial. Pero que no le he dado la dirección de la página. ¡Qué bárbaro! Con los nervios y la emoción me olvido de lo más importante. Le respondo, corrijo el error.
Silencio nuevamente. Continúo y la rutina también. Una noche, reviso mis mensajes y ya casi para irme, me conecto al MSM. Milagrosamente, aparece conectado D. Le mando un mensaje instantáneo. Le pregunto si leyó mi respuesta, si les escribió, si le han dado alguna esperanza. Me dice que no lo ha hecho, que ha decidido dejar todo así. Veo su foto. Es casi un niño, o lo parece. Pero su voz, la forma de expresarse por teléfono y al escribir, son el reflejo de una persona mayor o que ha madurado por las circunstancias. Me pregunta si tengo fotos mías que mostrarles. Se las muestro, dice que salgo bien. No se si miente o yo no tengo la misma percepción sobre mi imagen. Tengo que irme, me despido, él también, con respeto.
Voy de regreso a casa, caminando. Pienso en lo joven que se ve en la foto.
Los días que siguen trato de conectarme y encontrarlo. Infructuoso.
Meses de por medio.
Noche de invierno. Salgo de trabajar acompañada por mi amiga y compañera. Me dice que entremos a la cabina. No tenemos mucho dinero así que compartimos una máquina. Yo empiezo. Reviso mensajes y luego me conecto. Lo inesperado, D está conectado. Le recuerdo a mi amiga quién es D. Nos emocionamos ambas. Así es la amistad.
Bromeó con D por el milagro de encontrarnos. Me dice que siempre lee los mensajes positivos que le envío. Se disculpa por no contestar. Me dice que difícilmente se conecta. Le digo que por la foto deduzco que es muy joven. Responde que tiene 20 y tantos pero que parece de 40 y tantos. Me sonrío. Me cuenta algo más inesperado: está en otro país. Ha viajado porque quería cambiar de aires, porque le han comentado que en ese país las manifestaciones populares son impactantes y hermosas. Hablamos de eso. Me dice exactamente dónde está. Mi amiga me aconseja buscar en el mapa; estamos tan cerca y al mismo tiempo, estamos lejos. Está haciendo de todo un poco, el dinero se le acabó y tuvo que trabajar, algo que no le molesta para nada. Lamentablemente, debe regresar a su país. El tiempo se va. Mi amiga no reclama su turno, así es la amistad. Me despido y le pregunto en qué momento se conecta. Me responde que lo hace por las mañanas, al regresar de trabajar toda la noche y antes de descansar. ¡Qué pena! Cotejo la hora que me dice con la de mi ciudad y es imposible que las cabinas atiendan a esa hora. Se despide, me llama por primera vez princesa.
La ilusión me embarga, le cuento a mis pocas amigas cercanas, quién es D.
Meses de por medio.
Cada vez que me preguntan por D, digo que me parece una buena persona, pero que no tengo noticias suyas.
Hago una locura: me cito con alguien que conocí chateando. Al comienzo es atento, pero no quiere conversar; caminamos, llegamos a un parque, hablamos. A todo lo que digo, él responde que está de acuerdo. No me convence para nada, pero la soledad… Me coge de la mano, me dice que hará que lo quiera. Pienso que no quiero quererlo. Le digo que vayamos con calma, que no nos conocemos. Contesta que me tendrá paciencia. Crédulo o se ha propuesto lo que sea por… Me besa en la mejilla, me abraza y yo con las manos en los bolsillos. Me besa nuevamente, yo lo esquivo, pero…  quiero que me bese en los labios. Lo hace. Le correspondo. Mete su lengua en mi boca. No puedo evitar excitarme. Hace tiempo que no beso ni me besan así. Siento su olor, no es muy aseado. Me fastidia, pero dejo que me vuelva a besar. Trata de tocarme y no lo dejo. Le digo que es tarde, que estoy cansada, que tengo que trabajar mañana. Quiere verme nuevamente. Le digo que sí, pero quiere que sea pronto. No tengo tiempo – o ganas. Insiste. Acordamos vernos en dos semanas. Me impongo.
La cita es en la tarde. Llega muy fastidiado, porque no le contestaba el celular. Le digo que no he recibido ninguna llamada suya. Tonto, ha tomado mal el dato. Estamos en el centro de la ciudad, hay tanto que ver, pero él ni se detiene. Le digo las actividades que se dan aquí y allá, pero no le interesan. Seguimos caminando. Le pregunto a dónde vamos, contesta que no sabe. Imbécil. Me decido, vamos a ver una película, me responde que lo que quiera, con muy pocas ganas. Hacemos fila, se desaparece. Pago ambas entradas: tonto, imbécil y avaro. Entramos a la sala y quiere sentarse en la última fila. No hay que ser muy brillante para adivinar lo que pretende. Está serio, yo también. Pienso que es mejor seguirle la corriente. Le pregunto si algo le molesta. Me miente y me dice que no. Paso mi mano por su espalda,  como para que finja que baja la guardia. Finge muy bien. Se pone cariñoso, me abraza, lo beso, tengo ganas de que lo haga; lo hace. Me excito. Me acaricia un seno y no siento nada. Ese olor nuevamente. Me susurra vayamos a un ‘telo’. Me harta. Lo alejo de mí y veo la película. Él hace cualquier cosa: revisa su agenda, manda mensajes, en fin. La película es mediocre. Se acuerda que existo y trata de meter su mano dentro de mi pantalón. Lo ignoro. Se rinde.
Salimos de la sala y caminamos en silencio. Dice para vernos. Ahora yo le digo casi sin ganas que sí. Cree que hemos llegado a mi paradero. Le digo que tengo que caminar más. Se incomoda, él no necesita caminar más para irse, ya que ése es su paradero. Lo alivio diciéndole que puedo llegar sola. Sube a un bus y pienso que es un patán y yo una idiota con soledad.
Entro al correo, borro su rastro; entro al msm y repito la misma operación. ¡Qué diferencia con D! Sí claro, cómo si lo hubiera tratado… es que mi intuición…
Hago otras locuras, que mejor no cuento, sola, sin el tonto, el imbécil, el avaro, el patán.
Trabajo y más trabajo. Estudio y más estudio. Tengo que buscar información. Entro a una cabina; es de noche. Me conecto y el inesperado D está. Me alegro. Se disculpa de no escribirme, pero me habla de algunos de los mensajes en cadena que me llegan y le reenvío casi por costumbre, casi sin esperanza. Los lee, renace la esperanza. Me dice que se ha enamorado… pero del país donde se encuentra, que es un lugar maravilloso, que no regresó a su país, que se queda indefinidamente. Le digo que mi país es mucho más interesante y diverso. Me cree. Me hace preguntas, sobre mi ciudad, mi país. Le confieso que me gustaría ser una plumita y dejarme llevar por la vida como él lo hace, que lo admiro. Me responde que él me admira por echar raíces y continuar a pesar de todo. Me alienta. Casi lloro. No le cuento del tonto, el imbécil, el avaro, el patán. No le cuento de las locuras. No es vergüenza, es que no significan mucho, es que no me importan. Todo lo que nos contamos. Nos despedimos, me dice que está conmigo en espíritu, que descanse y que los ángeles me acompañen. Le contesto que él es el ángel.
La noche siguiente, volvemos a conectarnos. Me pregunta por otras costumbres de mi país. Le respondo, con muchos detalles y no se cansa de ellos. Descubre gracias a ellos, un motivo para viajar a otro lugar, dice que sería su próximo sueño.
Tercera noche consecutiva, me conecto y él demora en hacerlo. Se disculpa, nunca se excusa. Siempre me pregunto si se nos acabarán los temas. Parece que no. Me dice que yo le levanto el ánimo, mientras yo pienso que es al revés. Recuerdo un comentario de mi amiga acerca del espíritu santo, que siempre nos acompaña, en especial si creemos o tenemos la certeza de estar solos. Relaciono el comentario con lo que me dijo D de estar siempre en espíritu acompañándome. Es verdad, no estoy sola. La soledad sí lo está. Me despido del ángel y él se despide de la princesa.
Regreso a casa. Mis ojos están llenos de lágrimas, pero no es la tristeza, no es la soledad, es el espíritu, es el alma, es D.
Lima, 21 de julio de 2007

Es sólo un nombre

Nunca sabré qué sucederá mañana... eso es tan maravilloso.
Es sólo un nombre

Ayer estaba charlando amenamente con alguien y de pronto me confundí y te mencioné. La persona que me escuchaba no le dio importancia a este acto involuntario. Pero me pregunto ¿es realmente algo accidental? O más bien fue algo inconsciente que de alguna forma me delata.
No tengo respuestas claras y directas.
Lo cierto es que de un tiempo a esta parte te siento cada día más presente.
Lo cierto, es que cada vez se me hace inevitable sonreír sin motivo aparente.
Lo cierto es que ya no se me hace tan fácil seguir pensando que soy independiente y que me gusta disfrutar de ello.
Lo cierto es que me siento más segura.
Lo cierto es que, al mismo tiempo, me estremezco si te recuerdo.
Pero por sobre todo, me preocupa que te estés convirtiendo en ALGUIEN
Y estás dejando de ser sólo un NOMBRE.
     2/02/2010

Tiempo perdido, tiempo ganado

Dedicatoria: A Dios, por ser mi confidente; a mi madre, por su sabiduría infinita; a mi padre, por serlo; a mis hermanos, por tolerarme y a mis amigos del alma, por estar en el lugar y el momento precisos.

Tiempo perdido, tiempo ganado
Me parece un sueño, algo que sólo en mi mente ocurrió.
Días nublados, confusión, rabia contenida.
¿Por qué a mí? ¿Qué hice mal?

Personas que no tenían conciencia de la realidad,
compañeros de brumas, de oscuridad.
La familia distante;
los amigos, que no comprenden;
el trabajo, una incertidumbre;
el amor, encontrado y perdido.

Tus besos, tus abrazos ¿son de verdad?
Encuentras a alguien especial
pero él lejos está de ti,
¡qué dolor!
¿Me recordará?, ¿qué imagen tendrá de mí?
¿Acaso lo que hice borró todo lo bueno?

No sé qué haría si lo volviera a ver,
no sé qué sentiría.
Espero que encuentre su camino,
que construya su felicidad.
Es algo que también deseo para mí.
Verano del 2002

Incertidumbre

Incertidumbre

Mi ser tiene una claridad
que no encaja con tu existencia.

Es muy fácil pensar en ti,
no sabes el bien que me hace,
lo que me cuesta es dejar de sentir.

¿Acaso pueden las razones
acabar con nuestras silenciosas conversaciones?
¿Acaso es fácil, sintiéndome observada,
decir que no me importa si me miras?

Lo correcto, resulta siempre venciendo;
lo correcto, es a lo que siempre acudo
para dejar de lado los temblores que no percibes
o que confundo con indiferencia.

¡Culpable!
Eso quisiera decirte, y aunque lo eres
- porque la inocencia nunca estuvo mezclada en tus palabras –
soy yo la que se siente señalada.
Y como aún no tengo una certeza, deseo dejarle a la confusión la culpa.

Desolación

Un día te fuiste, pero pronto nos encontraremos.

Desolación
                                                                  A Carmela
Desolación,
tu nombre, arena;
tu voz, interna;
tus ojos, espectros;
tu sonrisa, imagen;
toda tú, recuerdo.

Desolación,
lejanas historias de hadas y príncipes,
de desaparecidos y fantasmas,
secos besos, cuántos besos:
cuando las lágrimas no cesaban,
cuando el vacío se convertía en todo,
cuando en los cabellos unas manos se dejaban.

Desolación,
encuentro y llanto,
¿de tristeza?... ¡no!, de mi profunda soledad.

Se acabó el dolor,
hoy tu recuerdo se quedó en el nombre que pronunciabas con ternura,
se quedó en mí.