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domingo, 31 de octubre de 2010

Manuel

Muchas veces he iniciado ideas de novelas que han quedado inconclusas. Como parte de una de ellas, cuyo título tentativo sería Condición de mujer, consigno el siguiente relato.

Manuel

Difícilmente se impresionaba con alguien con tanta facilidad. Fue durante la época de verano y carnavales, en la cual, mientras otros descansaban y se divertían, ella solía estudiar. Se había inscrito en un taller que duraría dos semanas; allí lo conoció, él era uno de los organizadores. A primera vista, nada en él resaltaba, era uno más, pero conforme lo fue tratando, se le hizo inevitable buscarlo, esperarlo, propiciar encuentros. Cada vez, llegaba a casa más tarde. Las conversaciones entre ambos se hacían interminables, asuntos triviales o profundos, cualquier tema era un buen pretexto para seguir caminando casi sin rumbo. Ella se sentía especial, única a su lado. Él mostraba igual interés, o lo simulaba. Intercambios de teléfonos, promesas de frecuentarse. Ella siempre cumplió, lo llamó, lo visitó, le hizo regalos; él escuchaba y recibía las atenciones, pero nunca propició nada. A pesar de ello, se mostraba tan amable, tan gentil y cariñoso con ella, que terminaba siendo suficiente para continuar. Ella imaginaba la vida a su lado, llena de proyectos, admiraba la pasión con la que él se dedicaba  a su carrera. Yo no sé si todos los varones saben esto, pero si una mujer no te admira, difícilmente te ama y ella lo admiraba, pero a la vez sentía vergüenza, porque sus amistades lo definían como un oportunista, por eso ella callaba siempre lo que sentía.
Sin embargo, la veneración que ella le tenía fue cediendo paso al desconcierto y a la duda, ya que a pesar de los meses transcurridos él no se comprometía a nada, pero seguía alimentando sus esperanzas. El desconcierto y la duda fueron reemplazados por la resignación, por la aceptación que entre ellos nunca existiría un camino común. Total, ella no era un espíritu débil, cogió cada pedazo de su corazón destrozado, unió las piezas y prosiguió. Lo que no esperaba es que, por cuestiones laborales sus encuentros se darían durante varios años. En esos años, él, que siempre le dijo que no tenía tiempo para el amor, se había enamorado, comprometido, casado y hasta tenía hijos. Ella no fue capaz de encontrar a nadie especial, tampoco lo buscó. Poco a poco fue cerrando ese ciclo, aunque siempre lo utilizó como un referente de lo que quería para sí. Sería por eso que ninguna persona con la que se involucró resultó lo suficientemente importante.
Se acostumbró a la soledad y a los encuentros furtivos, intrascendentes y si alguno de esos encuentros pretendía ser algo más, ella solo se distanciaba…

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