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domingo, 31 de octubre de 2010

El discípulo

El año pasado tuve la idea de participar en un concurso de historieta, no porque tenga muchas habilidades para crear imágenes sino porque me gusta contar historias. Es verdad que no lo hago de manera regular y frecuente, pero cada vez que disfruto de algún tiempo libre, trato de ponerme frente a la hoja y el papel o frente a la computadora, a tratar de armar algo someramente decente. Así es como nace esta reseña. Tomando de pretexto mi labor de profesora y las tantas tertulias con amigos, amigas y colegas, escribí esta ficción con el propósito de alcanzársela a alguien que tuviera la facilidad de dibujarla. Lamentablemente, las ocupaciones de ambos y quizás también las dificultades propias de la cocreación, han hecho que el proyecto aún no se realice. Sin embargo, prometí que, con o sin historieta, esta idea sería el tema de una novela y es algo que pienso cumplir. Les comparto la reseña y en próximas entradas publicaré los primeros capítulos.

EL DISCÍPULO
Cortesía de Omar Romero Manco

Diego Aranda, estudiante de 5º año, se dirige a su colegio luego de trabajar hasta altas horas de la noche en una cabina de Internet. Está cansado y preocupado porque no ha terminado con todas las tareas que debe presentar, pero confía en que podrá darse tiempo para hacerlas. Cuando llega nota un gran alboroto, todos los alumnos comentan algo, pero ignora qué es lo que ocurre. Al entrar a su aula, unos chicos se acercan y le preguntan si sabe lo que ha ocurrido con Santiago,  profesor de Arte; Diego niega con la cabeza, se sorprende y entristece ya que le informan que Santiago ha sido encontrado muerto en su departamento en extrañas circunstancias. Un auxiliar pasa y les pide que se ordenen para continuar con las clases. Ninguna autoridad del colegio se manifiesta al respecto. Es más, ni siquiera se organiza la presencia de una delegación en el velorio; parece que todo se debe a que la policía sospecha que Santiago estaba comprometido en una red de tráfico de menores y que su muerte respondía a un ajuste de cuentas, es más incluso se hablaba que Santiago era homosexual y que gustaba de armar orgías en su departamento. Diego no se explicaba que su amigo fuera investigado por un delito de esa naturaleza o que se le acusara de ser un pervertido que gustaba de los muchachitos. Nunca había observado nada inusual en él, claro que si le sorprendía que no estuviera casado o que tuviera una pareja, pero eso distaba de ser un crimen.
A la salida, Diego trata de convencer a sus amigos para asistir al velorio de Santiago, pero nadie quiere involucrarse, es como si se hubieran olvidado todo lo que el profesor había hecho por ellos. Cuando Santiago llegó al colegio les dio posibilidades a todos en desarrollarse a través del arte; al comienzo ninguno le prestaba demasiada importancia pero poco a poco, todos se comprometieron y empezaron a realizar murales dentro del colegio y a sus alrededores, a preparar veladas musicales y exposición de pinturas. Sin embargo, en los últimos meses habían observado un cambio en Santiago, ya no se comprometía en realizar proyectos con ellos o salir en grupo, parecía igual a los demás profesores que terminan su clase y se van.
A pesar de estos cambios y de la negativa de sus amigos, Diego decide ir al velorio del que consideraba hasta su repentina muerte, como un buen amigo. Conocía el departamento, porque muchas veces había acompañado al profesor llevando materiales que luego se utilizarían en los proyectos. Cuando llegó, encontró que nadie podía acercarse ni entrar, le informaron que se velaría en casa de una amistad. Se acordó que Santiago no tenía familiares en Lima, le había contado que era hijo único y sus padres ya habían fallecido. El problema era averiguar la dirección de esta persona. Miró su reloj y se dio cuenta que era tarde, que su madre estaría preocupado, más si se había enterado de la trágica noticia. La llamó y le dijo que pronto llegaría. Ella por su parte le comentó que lo habían llamado del Taller Azul para un encargo y que le habían dejado un número de teléfono. Diego se quedó perplejo por un instante y luego le dijo que se había olvidado de  recoger algo de dicho taller. Lo que la madre ignoraba es que el Taller Azul era el nombre que le habían puesto al grupo formado por Santiago en el colegio, pero que éste se desintegró cuando la promoción anterior a la suya culminó sus estudios y Santiago cambió de actitud. ¿Quién podía haberlo llamado? Llamó por teléfono y una mujer que no se identificó, le dijo: ‘Tengo un encargo para ti de Santiago, acércate a esta dirección’. Llegó al lugar. Había muchos chicos y chicas, de todas las condiciones sociales y de diversas edades, alrededor de una mesa donde se encontraban cosas de Santiago. ‘Esta debe ser la casa del amigo de Santiago’. De pronto, alguien tomó la palabra, era una joven como de 25 años, atractiva y vestida de manera sencilla, quien les agradeció a todos por estar presentes y a la vez por no haber informado a los diarios que ellos estaban reunidos recordando a un buen amigo. La reunión continuó de manera informal, acompañada de un fondo musical, todos conversaban y recorrían el lugar observando cuadros, cuadernos de relatos e historietas, todos hechos por Santiago en colaboración con otras personas. Estaba observando la primera revista que publicaron los del Taller Azul, cuando Diego cursaba el 3º año de secundaria, le trajo nostalgia. Mientras hojeaba la revista, le tocaron el hombro y al voltear vio a la misma joven que dio el breve discurso, ‘Bienvenido Diego, me llamo Amalia, una de las amigas de Santiago, como te dije por teléfono tengo un encargo para ti. Sígueme’. Me llevó a un pequeño cuarto sacó una caja azul y me la entregó: ‘Él hubiera querido que tú la tuvieras, siempre hablaba de ti, decía que podrías seguir su labor cuando él ya no estuviera. Nunca supe por qué lo decía, creo que sospechaba que algo como esto le sucedería’. ‘¿Sabes lo que le ocurrió?’. ‘No exactamente, pero siempre es peligroso trabajar en las calles’. ‘¿En las calles?, no entiendo’. ‘Será mejor que revises lo que te he dado. Discúlpame, debo regresar a la reunión. Ya tienes mi número’.
Salió  del cuarto y trató de averiguar quién era Amalia; lo poco que supo es que Amalia era asistenta social y ayudaba a Santiago en lo que podía. ‘Para qué casarse o tener novia, si tienes a alguien como Amalia’, pensó.
Diego llegó a su casa y su madre le hizo muchas preguntas, que si sospechaba de la doble vida de su profesor o si alguna vez Santiago se había propasado con él. Le molestaron mucho las preguntas de su madre pero las comprendía, así que sólo le dijo que no creyera en todo lo que escuchaba. En su cuarto abrió la caja y encontró tres cuadernos escritos por Santiago: era su diario. Estuvo leyéndolos hasta la madrugada. Le parecía increíble descubrir recién la doble vida de su profesor: por la mañana dictaba clases en el colegio y en las noches se dedicaba a sacar a los chicos y chicas de los vicios de las drogas, de la delincuencia y de la prostitución. En los diarios, Santiago confesaba su frustración por no poder hacer nada por los jóvenes de manera permanente; los proyectos en el colegio eran sólo un pasatiempo no una solución a los problemas de la juventud. Además, los chicos que más necesitan ayuda no se encuentran estudiando sino en las calles. Pero estos chicos no podían confiar en Santiago si él se acercaba con su facha de profesor. Así que decidió cambiar su apariencia. Al principio fue difícil lidiar con los muchachos callejeros, pero luego a través de sus dibujos pudo mostrarles otras alternativas, cambió su manera de hablar, aprendiendo sus jergas. Su trabajo ya se había extendido a varios distritos, especialmente los más violentos, donde tenía el apoyo de los líderes de las pandillas. Amalia siempre le apoyaba, ubicando a los muchachos en albergues, trabajos comunales y centros de rehabilitación cuando era necesario. Siempre recibía amenazas de los cabecillas adultos a quienes no les gustaba que les quiten gente, pero pudo lidiar con ellos. Su último trabajo tenía que ver con unos niños que recibían regalos carísimos por trabajos clandestinos. Santiago contaba que las amenazas se hacían más constantes y que lo estaban siguiendo. Incluso el director del colegio había recibido un anónimo sobre la conducta de su profesor estrella. Entre otras cosas, descubrió que estaba pensando en retirarse del colegio, dejar todo, incluso su labor en las calles, hablar con Amalia y decirle por fin lo que sentía por ella.
Diego se da cuenta que Santiago resultaba peligroso para los intereses de una mafia poderosa, que era necesario limpiar su nombre y quizás tratar de seguir el trabajo que hacía. Desde ese momento se convierte en el discípulo y Amalia en su aliada más cercana.
2009


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