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domingo, 31 de octubre de 2010

La despedida

En el 2007 nos vimos obligados a participar de una capacitación en la Universidad Villarreal. El resultado para la mayoría de nosotros fue desalentador, pero debo rescatar tres aspectos: nuestro maravilloso profesor de Matemática (Isidoro Ruiz), nuestro desordenado y alocado profesor de especialidad (Francisco Reyes) y los interesantes y buenos compañeros y amigos que hicimos. Fue Francisco Reyes quien nos obligó a ver películas (extraordinario castigo), escuchar a André Rieu y escribir un relato. La despedida es el relato que presenté y se los dejo a su consideración.

La despedida

Caminaba aceleradamente Inés por las calles de Jesús María, como si nada más le importara; de pronto una figura delgada, casi sin color, se apareció. Era Antonio, su antiguo compañero de clases; tenía 34 años, pero parecía de cuarenta y tantos; la vida había maltratado mucho al muchacho pulcro, dedicado, pero a la vez, bromista y conversador que había conocido en la secundaria.
Antonio había desarrollado toda su vida escolar en un colegio parroquial de reconocida trayectoria, ubicado en los límites entre La Victoria y San Borja. Al entrar a este recinto, lo primero que impresionaba era el extenso pasadizo al aire libre que conducía a todos lados. El patio principal, que estaba hacia la izquierda, era una losa deportiva rodeada por gradas que servían para ubicar a los invitados en las actuaciones. Durante los días de clase, este espacio era empleado de múltiples maneras: formaciones de los días lunes, clases de educación física, campeonatos deportivos, talleres de danza, bailes sociales, en fin. Hacia la derecha del mismo pasadizo, existía un amplio césped, donde se practicaba fútbol, rodeado por viejos y enormes árboles, en cuyos troncos los escolares grababan sus nombres y los mensajes más diversos; dichos árboles, solían ser el escondite perfecto para besarse, tomar licor o pelearse durante los recreos, que eran dos, uno breve de 15 minutos y otro amplio de media hora. La jornada escolar era hasta las 2.30 p.m. Los baños de varones y mujeres, estaban contiguos y el área de ingreso a ellos era muy concurrida, ya que permitía conocer a todos rápidamente. El pabellón de secundaria estaba conformado por dos pisos en forma de U, en cuyo centro había un árbol, rodeado por un pequeño jardín. Las escaleras eran amplias y se bifurcaban para llegar a las aulas de los grados superiores: 3°, 4° y 5°, mientras que en el primer piso, se encontraban los alumnos de 1° y 2°. En este mismo pabellón se ubicaban la sala de profesores y la subdirección académica, como una manera de controlar a los alumnos y colaborar con los dos auxiliares asignados.
Es en este contexto que se produjo la llegada de Inés al 1° grado de secundaria, con apenas 11 años y proveniente de un colegio íntegramente femenino. Un primo suyo había terminado su secundaria en este lugar y sus padres habían considerado conveniente que tuviera nuevos aires. Inés, siempre había obtenido buenos puntajes, pero quería que esto no afectara la posibilidad de tener amigos y divertirse con ellos, como cualquier adolescente. El proceso de adaptación no fue difícil. Los primeros días presentó un perfil bajo, hizo amigas y, por supuesto también amigos, algo que le era totalmente ajeno a su universo plagado de muñecas y de niñas. Era lógico que se ilusionara. Pero ocurría un hecho curioso, cada semana le gustaba un chico nuevo.
Al año siguiente, fusionaron las aulas, e Inés conoció a otro grupo de compañeros. Entre ellos, se encontraba Antonio, el cual le parecía tan agradable y hábil. No tardaron en hacerse amigos, prefiriendo quedarse en el salón a conversar de lo que fuera, antes que salir a jugar y molestar en el recreo, lo que también hacían de vez en cuando. Cuando el resto de los compañeros se percataron de la amistad, comenzaron a incomodarlos, provocando que automáticamente se alejaran. Así estuvieron por un tiempo, pero luego, como si lo hubieran conversado previamente, decidieron ignorar a los demás, hasta que se cansaron y los dejaron en paz.
Los años transcurrieron y Antonio e Inés consolidaron su amistad hasta hacerse inseparables, pero al mismo tiempo, se daban espacios para sí mismos y sus respectivos grupos. A pesar de compartir todas sus inquietudes, existía un tema que nunca tocaron: el amor. Inés durante todo el lapso de la relación con Antonio, se había seguido enamorando de otros muchachos, pero no se sentía cómoda contándole a su amigo. Antonio por su parte, se había fijado en una compañera guapa, pero algo alocada, que se había convertido en su proyecto personal: quería que cambiara y se dejara de tanta banalidad. La amistad entre Cathy – que así se llamaba la muchacha – y Antonio no incomodaba a Inés, al contrario, pensaba que su amigo se estaba enamorando y que le caería bien esta nueva experiencia.
Cuando ya los muchachos estaban estudiando el último año de secundaria, la profesora de Lenguaje le habló a Inés acerca de los cambios percibidos en Antonio, que de ser un alumno responsable y obediente, se había convertido en descuidado y rebelde. Inés decidió entonces, conversar con él, pero con cautela. Le dijo que ambos deberían hacer un periódico mural, como una forma de recuperar notas. Antonio aceptó sin mucho entusiasmo. La situación hizo posible que ambos conversaron por largo rato, contándose algunos problemas familiares que estaban atravesando.
Al concluir con el trabajo, Antonio acompañó a Inés a su casa y en el trayecto se le ocurrió preguntarle si alguna vez se había enamorado. Sorprendida por la pregunta, Inés le dijo que sí, pero que no se sentía cómoda tratando esos temas con él, tratando de cambiar la conversación en todo momento. A insistencia de Antonio, Inés terminó por confesar que estaba interesada en Román, un conocido de ambos, con el que incluso había estado saliendo cerca de un mes.
El rostro de Antonio cambió por completo, sentía que se encendía por dentro. Se preguntaba cómo era posible que ella, su mejor amiga, no le hubiera confesado antes sobre esta relación. Quería reprocharle, decirle que ella había faltado a la confianza de tantos años, incluso quería indagar qué tan lejos habían llegado, si se habían besado. Besado, abrazado. Estos pensamientos circulaban por su cabeza. Era inaudito para él que otro hubiera estado tan o más cerca de ella. No obstante, Antonio se contuvo, fingió indiferencia respecto al secreto compartido.
En los días sucesivos, Inés se percató del cambio de Antonio, el cual se mostraba esquivo y molesto. La preocupación de Inés aumentó, cuando un día éste se retiró de una amena charla sólo porque ella se había acercado al grupo.
Mientras Inés se torturaba pensando qué había hecho para merecer tantos desplantes, Antonio, seguía buscando nuevas formas para hacerla sentir mal.
A todo esto, Cathy y Román pasaron a ser simples espectadores en la vida de los amigos. Cathy había tratado de ser diferente, tal y como Antonio le aconsejaba, mientras que Román aceptaba con paciencia y sorpresa, los miles de pretextos que Inés le daba para evitar salir juntos.
Cuando el distanciamiento entre Inés y Antonio se hizo más evidente, los demás compañeros del aula trataron de ser mediadores, con resultados infructuosos. Entonces, Inés se animó a confrontarlo.
-          Deseo hablar contigo – dijo Inés con cierto temor.
-          ¿Qué quieres? – contestó Antonio de manera brusca.
-          Quiero… quiero – titubeó un instante – quiero saber por qué me ignoras y me evitas, por qué has dejado de ser mi amigo.
-          ¿Dejar de ser tu amigo?, ¿de qué hablas? Yo siempre te he tratado igual – respondió sin mirarla.
-          Sí, pero últimamente has cambiado. ¿Algo te disgusta?
-          Nada.
-          ¿De verás?
-          Nada, nada, Inés. No te imagines cosas.
-          No te creo – expresó Inés con firmeza.
-          Mira, entiende que soy todavía un inmaduro, que cambio de humor con facilidad, que tengo problemas en casa, por eso a veces me comporto como un majadero, pero no es nada contra ti, créeme.
-          ¿De verás? – Inés casi sonreía – Pensé que estabas disgustado conmigo, que algo te molestaba de mi persona.
-          Ustedes las mujeres, todo lo dramatizan. Discúlpame si te he hecho sentir incómoda o te he herido sin querer.
-          Olvidemos todo.
Entonces, Inés acercó sus labios a la mejilla de Antonio y le dio un tierno y breve beso. Antonio, se sentía pésimo por haber mentido a Inés sobre su enojo, pero era peor admitir que se sentía celoso de la relación de ella y Román. En cambio Inés, se sentía feliz. Empezó a salir con Román nuevamente, ahora que había recobrado al amigo entrañable.
Llegó la clausura del año escolar y los muchachos que egresaban, sentían emociones contradictorias de dicha y tristeza. Al término de la ceremonia, una compañera de clases, invitó a todos a su casa, para que fueran en la tarde a una reunión informal como despedida. Inés se entusiasmó mucho con la idea. Se dirigió a su casa acompañada por Antonio, quien se había ofrecido a llevarle los cuadernos. Antonio, escuchaba con paciencia los planes que hacía en voz alta su amiga durante todo el trayecto y cogía los cuadernos de forma extraña. Se despidieron brevemente.
Por la tarde, Inés llegó en compañía de Román a la fiesta, observó el ambiente y se percató de la ausencia de Antonio, pero casi al instante se olvidó de él.
Con el transcurso de los años, Inés y Antonio, se dedicaron a forjarse un futuro: ella como editora de libros y él como auxiliar de contabilidad.
Para Inés todo marchaba de maravillas, al punto que había adquirido un departamento y se iba a mudar de la casa familiar. Unos días previos a la mudanza, Inés se dedicó a deshacerse de lo inútil, encontrando una caja de cartón donde había guardado cuadernos y libros de secundaria. En uno de los cuadernos, descubrió una hoja doblada, la abrió, la leyó y se puso a recordar mientras unas lágrimas comenzaban a formarse en sus ojos. Era un mensaje de Antonio dónde le confesaba cierto amor secreto de adolescente. Inés botó todo, menos la carta.
Precisamente, el contenido de esa carta invadía los pensamientos de ella cuando se encontraron después de tantos años. Entonces, ambos se confundieron en un fuerte abrazo. Preguntaron por sus vidas. Inés le dijo que profesionalmente había progresado, pero que aún no se había casado. Antonio le comentó que sus padres habían fallecido, que tuvo que dejar los estudios en la universidad y que le era difícil encontrar trabajo. También le confesó que tenía una hija de apenas un mes de nacida con su actual pareja. Inés quiso hablarle de la carta, pero se dio cuenta que no era oportuno, que el tiempo para ellos y su relación había pasado, y aunque prometieron mantenerse en contacto, ambos sabían que esta vez la despedida era para siempre.

Lima, 21 de octubre de 2007

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