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sábado, 30 de octubre de 2010

La música en mi vida

Qué difícil es precisar los momentos exactos en los cuales empezamos a conectarnos con algo. Ahora que estoy tratando de recoger las raíces de las expresiones artísticas que más me conmueven, intento recordar desde cuándo empezó mi gusto por la música. No puedo precisar una edad exacta, pero desde que tengo noción y conciencia de lo que me rodea, ha estado presente: mientras mi madre cocinaba y hacía todos los quehaceres de la casa, en las noches cuando se apagaba el televisor porque empezaban los programas para adultos, en las visitas dominicales a la casa de mis abuelos, en las fiestas infantiles con la música del momento o cuando mi abuela nos cantaba Osito de felpa.
Durante este prolongado viaje con esta compañera nada silenciosa que es la música, he aprendido que poco importa el idioma que la acompañe, que no se necesita cantantes con extraordinarios registros, que se puede desafinar, que no se necesitan muchos acordes o que incluso los sonidos de manera solitaria sin una voz que acompañe, pueden transportarnos a lugares insospechados y momentos indescriptibles.
Y es que el lenguaje de la música es universal, no importa nuestro lugar de procedencia, nuestra formación, nuestro idioma, igual puede arrancarnos sonrisas o lágrimas, porque toca las partes más sensibles de nuestro ser y porque, creamos o no en Dios, sus orígenes tienen que estar en algo más allá de nuestra naturaleza humana, en lo que nos hace trascendentes a pesar de nuestra mortalidad.
Quizás por esta importancia vital de la música, suelo recurrir a ella casi siempre. Si estoy leyendo una novela o un poema, puede aparecer en mi mente una voz o una melodía. Si veo una buena o hasta una mala película, es inevitable que preste atención a la música incidental o a las canciones que se utilizan. Si estoy escuchando la radio, comienzo a asociar voces, melodías, situaciones. Si estoy conversando con alguien, puedo recordar la letra de una canción y utilizarla porque siento que es el momento adecuado.
Además de ello, la música me ha servido de instrumento de sanación, ha curado mis heridas, me ha quitado ciertas fiebres y también me ha provocado otras. Ha servido para descubrirme, y en el proceso, descubrir a los demás. Me ha servido para probar mis niveles de tolerancia y respeto, porque no creo que todo lo que se escucha pueda considerarse música, pero como toda expresión artística, debemos compartirla y no imponerla.
Siguiendo esta premisa, todo lo que publique acerca de ella, será con el fin de compartir un sentimiento o expresar una opinión.

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